¡Shiba Yoshihiro! ¡Cuanto tiempo! ¿Que ha sido de ti?
Esas fueron las primeras palabras del asesino de mi hermana en su último día entre los vivos. Las recuerdo con total claridad, aunque ya han pasado tantos años que me cuesta saber cuando pasó, exactamente. Recuerdo ese día con exactitud, pero, ¿cuando pasó? ¿Hace treinta años? ¿Acaso veinte? Quien sabe. El tiempo ha destruido mi memoria, mi mente, excepto ese día. Recuerdo muy bien ese día.
Era una mañana soleada y clara. Demasiado clara y bella para lo que iba a suceder. Parecía que Amaterasu me observara con curiosidad, y las nubes fueran una molestia que, con su divino poder, hizo desaparecer. Me encaminé en ese día hacía un pequeño pueblo en las tierras de el León. No recuerdo el nombre, ni siquiera si estaba cerca de las montañas o del mar. Solo sabía una cosa. El asesino de mi hermana llevaba un tiempo ahí de reposo, y recé a todas las Fortunas para que no hubiera decidido comenzar su marcha ese día. Alguna debió escucharme, ya que al preguntar sobre un samurai rápidamente me dirigieron a un santuario. Un bello santuario al lado de un río. Ahí lo vi, ahí, sentado en uno de los porches, viendo cómo el agua se colaba entre unas piedras. Parecía tan calmado, tan puro... Los cuentos relatan cómo los malvados siempre tienen apariencia de, bueno, de malvado. Miradas furtivas, cicatrices, dientes rotos, suciedad... Pero Shiba Tosikomo estaba en completa paz, tomando una taza de té, sin hacer nada más que disfrutar del día. Él me vio, de eso no hay duda. Me vio y no me reconoció. En su momento eso no hizo más que aumentar mi indignación, mi odio, mi desprecio. Con el paso del tiempo comprendí lo que había pasado. Al fin y al cabo él conocía a Shiba Yoshihiro, el joven de cara dulce, perfecto corte de pelo, tez de niño y ropas suntuosas. A Shiba Yoshihiro el joven hijo de un señor poderoso, a Shiba Yoshihiro, el mejor amigo de su infancia. No reconoció a ese hombre lleno de polvo, de ropas grises y rotas por el camino, de pelo largo y barba descuidada. Creo que nunca me vio empuñando las espadas, pero ahí estaba yo, mirándole. Shiba Tosikomo seguía como siempre. Un hombre de mi misma edad, tan parecido a mi antiguo yo que daba pasmo. Tenía un cuidado de su ropa y su higiene muy alto, sorprendente para encontrarse en un pueblo lejano e ignoto. Su peinado de guerrero estaba muy bien elaborado, y ni un pelo asomaba de su cara más que las cejas. Los emblemas de nuestra familia se mostraban en un fuerte color rojo, que mi mente relacionó con la sangre con rapidez. Sangre. Sangre que ese mismo día correría.
Como decía, él estaba mirándome con extraño gesto. Incluso se levantó, intentado parecer amenazador. Me ha confundido con un bandido, pensé. Un bandido que quiere robar esas bonitas ropas. Pero al poco tiempo se dio cuenta de su error. Con gesto sorprendido, sonrió. Hizo una leve reverencia y sonrió, el muy puerco. ¿Cómo me tenía que comportar yo? Me había dejado totalmente desarmado, pero mi ánimo no se rompió. Avancé hacia él. Él se levantó, y sin variar su gesto, el habló. Me saludó.
¡Shiba Yoshihiro! ¡Cuanto tiempo! ¿Que ha sido de ti?
No se por qué me dijo eso. ¿Que pretendía? ¿Intentar hacer como si nada hubiera pasado? ¿Pedirme perdón? ¿Reírse de mí? A veces he pensado que sabía lo que iba a pasar. Conocía su futuro más inmediato, e intentaba tratarme con respeto y cortesía, como antaño. A veces he pensado eso, pero nunca sabré la realidad. El me miraba con esa cara, con esa cara que yo no dejaba de reconocer como la de mi mejor amigo. La de mi compañero de juegos desde que tenía memoria. La de, por unos años, miembro de mi familia más directa.
Sabes por que estoy aquí.
Primero me miró sorprendido, como si no supiera de que le hablaba.
Acaba con esta farsa, Tosikomo.
¿De que estás hablando? - Su gesto se quebró, con sorpresa. Al parecer nada sabía, o él pretendía que yo creyera eso. Pero fijamente mi mirada sostenía la suya. Hasta que al final la retiró. No respondí. Durante un buen rato, nada dije, solo le miraba fijamente. Seguramente yo era una visión horrible. En mis ojos solo había odio, dolor, ansia de venganza. Al final se sentó de nuevo.
Siéntate a mi lado, hermano. - Dijo, palmeando el suelo de madera.
¡Como te atreves a llamarme así! - Grité. Grité mucho. Esa última palabra me hizo recordar muchas cosas, me hizo desenterrar viejos recuerdos y las viejas heridas, cicatrizadas por necesidad, se reabrieron, sangrando abundantemente. ¡Deshonras mi nombre, el de toda mi familia, llamándome así, maldito bastardo!
Yoshihiro, por la amistad que un día me profesaste, siéntate a mi lado. Solo serán unos instantes. - Su mirada era sincera. Muy sincera. Quizás por un antiguo recuerdo confié en él. Me acerqué a su lado y me senté. No dejé mis espadas. Recuerdo que estaba muy incómodo, las espadas me molestaban, pero no me separé de ellas ni por un segundo. Cuando ya estaba a su lado, le miré fijamente de nuevo. Tú, pensé. Tú eres el que hoy va a morir.
Yoshihiro, escúchame. Sé lo que piensas. Sé lo que crees. Y...
¡Mataste a Miko! ¡Mataste a mi hermana! - Le interrumpí bruscamente. Una falta de cortesía que nada me importó. Mientras, mi antiguo amigo guardó silencio.
¡Aplastaste su cráneo! - proseguí- Recuerdo la sangre en su bella melena negra, recuerdo las marcas en su cara, su cara de niña. Sé que lo hiciste, y nada de lo que me digas cambiará esa opinión. Llevo años buscándote. Hiciste creer a todos, incluso a mí, que tu no tenías nada que ver. ¡Me mentiste! - seguramente las lagrimas se escaparan de mis ojos. Pero no eran de pena ni dolor, Miko ya había sido llorada. Eran lagrimas de rabia. Tras tantos años, ya había llegado el momento. Y ahí estaba. Sentado junto a él, hablando. Mientras gritaba, agitaba mis brazos. De un golpe derramé su taza de té, que cayó al suelo, derramando su contenido por el suelo de madera y cayendo a la tierra, donde dejó una curiosa mancha marrón oscura. Creo que tenía forma de llama, pero ha pasado tanto tiempo que, seguramente, sea parte de mi imaginación, un bonito broche que mi mente ha puesto en un día tan fatídico. Mientras tanto mi espíritu gritaba ¡MÁTALO! Pero no quería mover mi brazo. Algo me lo impedía, quizás el niño que antaño fue Tosikomo me detenía.
Yo estaba muy borracho, her... - se detuvo,- Amigo, y ya sabes como era Miko. Estaba seguro de que me engañaba con mi hermano.
¿Así me intentas convencer de que no te mate? ¡Tu hermano tenía catorce años! ¡Miko casi le doblaba en edad! ¿Cuantos años llevabais casados? ¿Cuatro, cinco?
Cinco. - dijo, secamente, mirando al suelo.
¡Y la tiraste por la ventana! Por un simple gesto, por una suposición de un borracho. ¡Nos hiciste creer a todos que se había resbalado! ¿Acaso me equivoco?
Tosikomo me miró. Con gesto triste me miró.
No.
No hubo gritos. No hubo llantos. No hice ningún gesto. Ahí tenía la verdad. Simplemente me levanté, y con una seca y fría voz, muerta, dije la frase que cambiaría mi vida.
Shiba Tosikomo, te reto a un duelo. Ahora mismo.
Me miró. Con pena me miró. No sé lo que el recordaba, pero yo solo veía escenas de mi niñez. Corriendo junto a Tosikomo por verdes campos, entrenándome contra él con la espada, practicando el tiro con arco, la ceremonia del té y aprendiendo las enseñanzas del Maestro. Pero todo se iba a acabar. Una espada cortaría nuestros lazos.
Yoshihiro, siempre fui mucho mejor espadachín que tú.
Si acaso lo rechazas, serás un cobarde. Y como un cobarde morirás.
Suspiró. Sabía que no había más opción.
Acepto el reto, Shiba Yoshihiro.
Ambos nos levantamos. Vi como algunos pueblerinos se acercaban, seguramente mis gritos les atrajeron. Caminamos y nos pusimos en uno de los patios del santuario. Estaba limpio, bien barrido. Recuerdo que sentí pena por que pronto estaría manchado de sangre. Nos alejamos unos pocos pasos. Nos miramos a los ojos, por ultima vez. Ambos hicimos una reverencia. Se hizo el silencio. Poeticamente, un solitario pájaro entonó su canto. Fue... bello.
Irónicamente no recuerdo el momento exacto. Solo un rápido movimiento, un golpe seco. Al cuello. Tuvo que ser en el cuello. En unos segundos, el cuerpo de Tosikomo estaba tendido en el suelo. Con sus abiertos ojos miraba directamente a la Dama Sol, a Amaterasu. Vi su cadáver apenas un segundo, rápidamente me alejé de ahí. Uno de los pueblerinos me miraba. Le devolví la mirada y le dejé unas monedas en el suelo. No recuerdo cuantas, pero le dije que lo enterrara en el santuario, con su nombre grabado. Seguramente dije su nombre. Y tan rápido como llegué, me fui. Todo había pasado tan deprisa que no lo creía. Tosikomo estaba muerto. Miko había sido vengada. Años y años de búsqueda habían concluido.
Ahora ya soy un anciano, y apenas tengo recuerdos de mi niñez, de mi juventud. Recuerdo a mis padres, vagamente. Miko se pasea por mis recuerdos como un fantasma desgraciado, con su destrozada cara, recuerdo que seguramente me llevaré al lecho de muerte. Lo más triste es que al que más recuerdo es a Tosikomo. Recuerdo todos esos momentos que pasamos juntos. Parece que las Fortunas no quieren hacerme olvidar aquello. Nunca entenderé por qué.
Cuando acabó su relato, el anciano monje se giró sin decir nada, y siguió barriendo el santuario. Cerca aullaba un pequeño riachuelo que refrescaba la tarde de verano. El viajero se alejó, y cuando echó un último vistazo, vio al monje barriendo con insistencia un patio que ya parecía limpio.
Como decía, él estaba mirándome con extraño gesto. Incluso se levantó, intentado parecer amenazador. Me ha confundido con un bandido, pensé. Un bandido que quiere robar esas bonitas ropas. Pero al poco tiempo se dio cuenta de su error. Con gesto sorprendido, sonrió. Hizo una leve reverencia y sonrió, el muy puerco. ¿Cómo me tenía que comportar yo? Me había dejado totalmente desarmado, pero mi ánimo no se rompió. Avancé hacia él. Él se levantó, y sin variar su gesto, el habló. Me saludó.
¡Shiba Yoshihiro! ¡Cuanto tiempo! ¿Que ha sido de ti?
No se por qué me dijo eso. ¿Que pretendía? ¿Intentar hacer como si nada hubiera pasado? ¿Pedirme perdón? ¿Reírse de mí? A veces he pensado que sabía lo que iba a pasar. Conocía su futuro más inmediato, e intentaba tratarme con respeto y cortesía, como antaño. A veces he pensado eso, pero nunca sabré la realidad. El me miraba con esa cara, con esa cara que yo no dejaba de reconocer como la de mi mejor amigo. La de mi compañero de juegos desde que tenía memoria. La de, por unos años, miembro de mi familia más directa.
Sabes por que estoy aquí.
Primero me miró sorprendido, como si no supiera de que le hablaba.
Acaba con esta farsa, Tosikomo.
¿De que estás hablando? - Su gesto se quebró, con sorpresa. Al parecer nada sabía, o él pretendía que yo creyera eso. Pero fijamente mi mirada sostenía la suya. Hasta que al final la retiró. No respondí. Durante un buen rato, nada dije, solo le miraba fijamente. Seguramente yo era una visión horrible. En mis ojos solo había odio, dolor, ansia de venganza. Al final se sentó de nuevo.
Siéntate a mi lado, hermano. - Dijo, palmeando el suelo de madera.
¡Como te atreves a llamarme así! - Grité. Grité mucho. Esa última palabra me hizo recordar muchas cosas, me hizo desenterrar viejos recuerdos y las viejas heridas, cicatrizadas por necesidad, se reabrieron, sangrando abundantemente. ¡Deshonras mi nombre, el de toda mi familia, llamándome así, maldito bastardo!
Yoshihiro, por la amistad que un día me profesaste, siéntate a mi lado. Solo serán unos instantes. - Su mirada era sincera. Muy sincera. Quizás por un antiguo recuerdo confié en él. Me acerqué a su lado y me senté. No dejé mis espadas. Recuerdo que estaba muy incómodo, las espadas me molestaban, pero no me separé de ellas ni por un segundo. Cuando ya estaba a su lado, le miré fijamente de nuevo. Tú, pensé. Tú eres el que hoy va a morir.
Yoshihiro, escúchame. Sé lo que piensas. Sé lo que crees. Y...
¡Mataste a Miko! ¡Mataste a mi hermana! - Le interrumpí bruscamente. Una falta de cortesía que nada me importó. Mientras, mi antiguo amigo guardó silencio.
¡Aplastaste su cráneo! - proseguí- Recuerdo la sangre en su bella melena negra, recuerdo las marcas en su cara, su cara de niña. Sé que lo hiciste, y nada de lo que me digas cambiará esa opinión. Llevo años buscándote. Hiciste creer a todos, incluso a mí, que tu no tenías nada que ver. ¡Me mentiste! - seguramente las lagrimas se escaparan de mis ojos. Pero no eran de pena ni dolor, Miko ya había sido llorada. Eran lagrimas de rabia. Tras tantos años, ya había llegado el momento. Y ahí estaba. Sentado junto a él, hablando. Mientras gritaba, agitaba mis brazos. De un golpe derramé su taza de té, que cayó al suelo, derramando su contenido por el suelo de madera y cayendo a la tierra, donde dejó una curiosa mancha marrón oscura. Creo que tenía forma de llama, pero ha pasado tanto tiempo que, seguramente, sea parte de mi imaginación, un bonito broche que mi mente ha puesto en un día tan fatídico. Mientras tanto mi espíritu gritaba ¡MÁTALO! Pero no quería mover mi brazo. Algo me lo impedía, quizás el niño que antaño fue Tosikomo me detenía.
Yo estaba muy borracho, her... - se detuvo,- Amigo, y ya sabes como era Miko. Estaba seguro de que me engañaba con mi hermano.
¿Así me intentas convencer de que no te mate? ¡Tu hermano tenía catorce años! ¡Miko casi le doblaba en edad! ¿Cuantos años llevabais casados? ¿Cuatro, cinco?
Cinco. - dijo, secamente, mirando al suelo.
¡Y la tiraste por la ventana! Por un simple gesto, por una suposición de un borracho. ¡Nos hiciste creer a todos que se había resbalado! ¿Acaso me equivoco?
Tosikomo me miró. Con gesto triste me miró.
No.
No hubo gritos. No hubo llantos. No hice ningún gesto. Ahí tenía la verdad. Simplemente me levanté, y con una seca y fría voz, muerta, dije la frase que cambiaría mi vida.
Shiba Tosikomo, te reto a un duelo. Ahora mismo.
Me miró. Con pena me miró. No sé lo que el recordaba, pero yo solo veía escenas de mi niñez. Corriendo junto a Tosikomo por verdes campos, entrenándome contra él con la espada, practicando el tiro con arco, la ceremonia del té y aprendiendo las enseñanzas del Maestro. Pero todo se iba a acabar. Una espada cortaría nuestros lazos.
Yoshihiro, siempre fui mucho mejor espadachín que tú.
Si acaso lo rechazas, serás un cobarde. Y como un cobarde morirás.
Suspiró. Sabía que no había más opción.
Acepto el reto, Shiba Yoshihiro.
Ambos nos levantamos. Vi como algunos pueblerinos se acercaban, seguramente mis gritos les atrajeron. Caminamos y nos pusimos en uno de los patios del santuario. Estaba limpio, bien barrido. Recuerdo que sentí pena por que pronto estaría manchado de sangre. Nos alejamos unos pocos pasos. Nos miramos a los ojos, por ultima vez. Ambos hicimos una reverencia. Se hizo el silencio. Poeticamente, un solitario pájaro entonó su canto. Fue... bello.
Irónicamente no recuerdo el momento exacto. Solo un rápido movimiento, un golpe seco. Al cuello. Tuvo que ser en el cuello. En unos segundos, el cuerpo de Tosikomo estaba tendido en el suelo. Con sus abiertos ojos miraba directamente a la Dama Sol, a Amaterasu. Vi su cadáver apenas un segundo, rápidamente me alejé de ahí. Uno de los pueblerinos me miraba. Le devolví la mirada y le dejé unas monedas en el suelo. No recuerdo cuantas, pero le dije que lo enterrara en el santuario, con su nombre grabado. Seguramente dije su nombre. Y tan rápido como llegué, me fui. Todo había pasado tan deprisa que no lo creía. Tosikomo estaba muerto. Miko había sido vengada. Años y años de búsqueda habían concluido.
Ahora ya soy un anciano, y apenas tengo recuerdos de mi niñez, de mi juventud. Recuerdo a mis padres, vagamente. Miko se pasea por mis recuerdos como un fantasma desgraciado, con su destrozada cara, recuerdo que seguramente me llevaré al lecho de muerte. Lo más triste es que al que más recuerdo es a Tosikomo. Recuerdo todos esos momentos que pasamos juntos. Parece que las Fortunas no quieren hacerme olvidar aquello. Nunca entenderé por qué.
Cuando acabó su relato, el anciano monje se giró sin decir nada, y siguió barriendo el santuario. Cerca aullaba un pequeño riachuelo que refrescaba la tarde de verano. El viajero se alejó, y cuando echó un último vistazo, vio al monje barriendo con insistencia un patio que ya parecía limpio.
Me ha encantado ver esto ahora, hoy mismo he escrito en mi blog una entrada levemente relacionada con l5r y este relato me ha recordado muchas cosas de mis antiguas partidas. El relato no está nada mal, es evocador. Aunque yo no habría usado "sol" y luego aclarado su nombre, sino que habría usado Amateratsu, creo que encaja más con la concepción rokuganí del universo. Pero supongo que son cosas mías XD
ResponderEliminarY un error gramatical: la conjugación correcta es "No hubo gritos. No hubo llantos" en lugar de "hubieron".
Gracias por todo. Lo del Sol lo dejo por si acaso alguien que no sabe de Rokugán lee el relato, que si no sabe de que hablo se puede liar un poco. A mí también me sonaba un poco raro, pero a veces es mejor dejarlo comprensible y au.
EliminarPor cierto, también gracias por la corrección. Ahora lo cambio.
No había considerado el posible punto de vista desconocido del lector, tienes razón ^^
EliminarWow! Me ha encantado este relato. No sé quién lo ha escrito, ni en qué se basa, ni con qué está relacionado. Simplemente me ha encantado leerlo.
ResponderEliminarEs obra mía. Muchas gracias, de verdad.
EliminarGenial relato. Muy bueno. Felicidades Nirkhuz
ResponderEliminarXavi
Muchas gracias, siempre mola que te digan que lo haces bien.
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